Crítica ¿¡Cómo hace esta mujer!? Nacha Guevara cuenta su vida en un unipersonal. Sencillez Ni autoayuda ni feminismo ni queja. Nada de eso hay en el espectáculo.
En el escenario vemos un living, tan sobrio como coqueto, donde predominan los tonos suaves en la tapicería y el empapelado con motivos florales. Dominado por un amplio sillón, salpicado de almohadones y telas, lámparas de pie y mesitas atiborradas de libros a los costados, lo que se destaca es un enorme ventanal, situado al medio, sobre el cual se proyectan imágenes de una playa serena.
De pronto, ingresa una atractiva mujer delgada de larga cabellera castaña, empinada en tacos altísimos y enfundada en un vestido de gasa, que no llega a las rodillas, y le permite lucir sus piernas magníficas. Bien podría pensarse que estamos ante alguien que habita la medianía de sus cuarenta años. Es Nacha Guevara, que confiesa haber cumplido 71. Sin duda, esta mujer venció al tiempo o, al menos, a su usura implacable que todo lo horada y deteriora. Pronto sabremos que el milagro no se basa solamente en cirugías estéticas sino, ante todo, en una inusual actitud mental y predisposición hacia la vida.
Es que a partir de ese momento, Nacha recorrerá desde su historial personal -incluidos aspectos amorosos y familiares- con rotunda honestidad, reflexionará de manera coherente sobre este convulsionado y confuso Siglo XXI, cantará con voz intacta varios temas emblemáticos de su repertorio (Los patitos feos, Vuelvo, Soñé un sueño, Aquí estoy, Si te quiero, entre otros), enumerará las intervenciones quirúrgicas que la embellecieron, admitirá el exigente y temido temperamento laboral que la precede e incluso dialogará con los espectadores hasta redondear un unipersonal de singular magnetismo.
A no confundirse: no se trata de una charla de autoayuda, feminismo, mística, terapias alternativas o política, todo lo contrario.
Su discurso tiene la virtud de no pontificar ni pretender capturar adeptos (“No soy ni quiero ser ejemplo para nadie, apenas les cuento lo que viví y aprendí a lo largo del tiempo”, anuncia). Para hacerlo se vale de un lenguaje sencillo y ameno, y deja al descubierto que la queja, el objetivo inalcanzable, la comparación con los otros y un sinnúmero de necedades, solo llevan a la frustración perpetua.
El libreto, que le pertenece, hilvana de manera inteligente las melodías enunciadas, anécdotas personales -no exentas de dolores y de equivocaciones- y expone máximas que la actriz y cantante cosechó en su larga experiencia vivencial. Además, la intérprete se apoya en dos pilares insoslayables, verdaderos aportes a la dinámica y ritmo del espectáculo: los cautivantes arreglos musicales de Alberto Favero y una acertada iconografía fílmica ideada por Rodrigo Cecere.
Como si fuera una crisálida que rompe su capullo, Nacha Guevara se eleva y desafía el vértigo de imprevistas preguntas del público, no abandona nunca la escena y propone vivir un poco mejor. Nada más, ni nada menos.
FUENTE: Claron / Por Jorge Luis Montiel. Especial Para Clarín