Es un fuerte homenaje. Es un homenaje sensible, entrañable, que tiene un valor extra. Una artista irreverente, provocadora, muy reconocida en su tiempo (los años 60) y aún hoy, parecería confrontarse con otra que, algunas décadas atrás, tuvo el mismo ímpetu a la hora de la creación.
Tita Merello/Nacha Guevara: dos mujeres intensas, con estilos muy particulares que construyeron y construyen sus mundos creativos entre el teatro y la canción. Hay una misma pasión: el arte. Hay unas personalidades fuertes que pelean por unos ideales que, hoy por hoy, van más allá de esas cuestiones que la "chismografía" periodística puede o ha podido captar. Y eso está muy bien.
Son mujeres que definen épocas. Una de ellas -Nacha Guevara- se planta en escena para recordar a la otra -Tita Merello- y, seguramente, para confirmar que hay una tradición de artistas en la Argentina de la que no se puede escapar. Porque, por suerte, Buenos Aires, en este caso, es así: habrá listas negras, habrá gobiernos que intenten deshacerse de sus artistas, rechazarlos, embaucarlos, ningunearlos, pero no pudieron ni podrán negarlos en el imaginario del público.
Tita. Una vida en tiempo de tango es un espectáculo con ciertos defectos: el elenco es heterogéneo; quizá las coreografías deberían mostrar una propuesta de danza no tan contemporánea; quizá los cantantes masculinos deberían tener un estilo más próximo al de Hugo del Carril; quizás esa dramaturgia que construye la dupla Guevara/Negrín debería no ser tan fragmentada, tan pequeña a la hora de armar situaciones; pero claro, ¿cómo contar la vida de quien protagonizó Filomena Marturano o Los isleros ? Todos esos "quizá" se van perdiendo a medida que el espectáculo avanza.
La voz en off de Tita Merello que relata fragmentos de su vida o da cuenta de su pensamiento, las imágenes cinematográficas que acercan su estilo de actuación tan intenso y tan primitivo (y lo dice alguien que analiza la actuación en el siglo XXI y que se sorprende, porque la misma Tita Merello explica que el hambre, la mala vida y el desamor la obligaron a aprender a actuar). Y Nacha Guevara canta aquellos temas que popularizaron a Tita Merello. Y no desde la imitación, sino desde la pura recreación, poniendo con fuerza su mundo interior, con esa sabiduría que da el respeto y señalando que mucho aprendió de aquellos que marcaron el camino en la historia del espectáculo porteño.
Hay mucho virtuosismo en los arreglos y la dirección musical de Alberto Favero, como también en la escenografía de Alberto Negrín y en la iluminación de Nacha Guevara. Entre los tres construyen unos mundos simbólicos que atrapan por su intensidad.
Y, en verdad, uno deja la platea, su butaca, llevándose a Tita Merello en el recuerdo. Pero, también, a Nacha Guevara. Hay algo de las dos que resulta, extrañamente, indisociable. Hay unos mundos creativos personales que se confrontan, se proyectan. No compiten. Simplemente, aquí queda claro que una actriz, una cantante, una artista sólo podrá encontrar en su propia vida, el germen de su creatividad y potenciar su talento.
FUENTE: Por Carlos Pacheco | LA NACION