Nacha Guevara y Alberto Favero casan poesía y música en "Mucho más que dos"; hasta el 11 de Julio en Madrid
Unidos por una inquebrantable pasión artística, Nacha Guevara y Alberto Favero toman las tablas del madrileño Teatro Fernán Gómez con "Muchos más que dos", un espectáculo que aúna grandes obras musicales y poéticas de artistas como Mario Benedetti, Stephen Sondheim, Jacques Brel o Pagliaro.
Compartimos dos críticas en LEER MÁS y a continuación algunas fotos del show en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, realizadas por Andrés de Gabriel, cortesía del teatro.
La primera vez que actuó en Madrid fue en 1976, sólo estaba acompañada por Alberto Favero, su marido, el piano y un perchero lleno de echarpes, sombreros y estolas con los que se adornaba en cada canción. Cantaba, bailaba, e interpretaba y todo lo hacía tan bien, que los aplausos al final de cada función solían durar cinco minutos de media; el espectador de la década de los setenta, recién salido de la censura, no estaba habituado a que una sola mujer acompañada de un piano pudiera deslúmbrale durante un par de horas.
Nunca me gustó asistir a un estreno, confieso que no sabía que lo era hasta que empecé a ver el "famoseo" típico de la tele-basura. Nacha es una artista total con una voz de mezzo-soprano que le permite hacer lo que quiere; no es raro que una mujer con tanta clase y estilo se haya convertido en icono gay y que la mayoría de los espectadores "entendiera" como se dice en el argot.
Nacha y Alberto han hecho grandes arreglos con las letras de poetas como Martí, Neruda, Gian Franco Pagliaro, Silvio Rodríguez y Mario Benedetti que, como se sabe, eran y algunos siguen siéndolo, una panda de comunistas irredentos. Asistí con ganas de que cantara a Benedetti y no salí defraudado. El espectáculo se llama "Mucho Más Que Dos" en su honor, y la voz de Mario, el entrañable Mario, al que hay que dar gracias por el fuego, por darnos la tregua, por enseñarnos la diferencia entre táctica y estrategia y por decirnos que en la calle codo a codo somos mucho más que dos, se escuchó en off en más de una ocasión.
Crítica por Pedro Rubio
Numerosos artistas argentinos asistieron a la «rentrée» madrileña de la artista Nacha Guevara, una especie de Pavlovsky femenino. Alberto de Mendoza aportó, a sus 87 años, sus aires de galán y, apoyado en un bastón, evitó las cámaras. Se apoyaba en la veterana fidelidad de José Manuel Parada y del guionista Antonio Guerrero, con quien la Guevara recordó su mano a mano con Lola Flores en «Las coplas» televisivas de Carlos Herrera. Se percibió cierta melancolía en los ojos de Analía Gadé, a la que Nacha reconoció en cuanto sonó «Mi ciudad, las luces de mi ciudad», una especie de himno de identidad porteña.
Nacha está como en su mejor época y preguntó a De Mendoza detalles íntimos sobe Tita Merello, objetivo de su próximo espectáculo. Lo hizo ante Juan Gatílal, que abrazó tiernamente cerca de Silvia Tortosa, quizá tan bien conservada y operada como la intérprete.
El recital terminó con bravos, con una Thais Tous muda de emoción, en la cuarta fila. Los noventa minutos que duró su actuación supieron a poco. Algunos de los asistentes encontraron un cierto desfase en el antológico cancionero que va de Benedetti a Neruda. Nacha es fiel a su propósito, siempre reivindicativo y antisistema que la llevó al exilio. Documentos que pueden parecer desfasados en el tiempo «porque eran eficaces hace 30 años pero no encajan en la actualidad».
«La mucamita» casi parece un cuplé digno de Saritísima. Es el lado más cómico de Nacha, una artista de las que ya no se ven «porque es otro mundo», opinó Isabel Pisano, quejosa de cómo se llevan los derechos de autor de su marido Waldo de los Ríos. Compartía con Loles en volumen torácico, bien apreciado por ese Don Juan llamado De Mendoza, que remató cual tango contándole a Nacha su entrevista con Eva Perón. Da gusto oírlos con su acento meloso y el amor reverencial que mantienen hacia temas que aquí parecen superados. Nacha acabó preguntando si «sería peligroso ir caminando hasta el Eurobuilding». Y todos le aconsejaron el coche, a lo que ella respondió: «¿Así estamos?». Peor, cabría apostillarle. Pero sonaría a tango.
Crítica por Jesús Mariñas