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Amor de ciudad grande
De gorja son y rapidez los tiempos.
Corre cual luz la voz en alta aguja,
cual nave despeñada en sirte horrenda,
húndese el rayo y, en ligera barca,
el hombre, como alado, el aire hiende.
Así el amor, sin pompa ni misterio,
muere, apenas nacido, de saciado.
Jaula es la villa de palomas muertas
y ávidos cazadores.
Si los pechos se rompen de los hombres
y las carnes rotas por tierra ruedan,
no ha de verse dentro más que frutillas estrujadas.
De gorja son y rapidez los tiempos.
Se ama de pie, en las calles,
entre el polvo de los salones y las plazas.
Muere la flor el día en que nace.
Aquel salirse del pecho el corazón,
el inefable placer de merecer,
el grato susto de caminar deprisa en derechura
del hogar de la amada y a sus puertas,
como un niño feliz, romper en llanto.
Y aquel mirar de nuestro amor al fuego.
Irse tiñendo de color las rosas.
Ea, que son patrañas, pues
quién tiene tiempo de ser hidalgo.
No son los cuerpos ya sino desechos
Y fosas y jirones
y las almas no son como en el árbol
fruta rica en cuya blanda piel la almíbar dulce
en su sazón de madurez rebosa,
sino fruta de plaza que a brutales golpes
el rudo labrador madura.
La edad es esta de los labios secos,
de las noches sin sueño,
de la vida estrujada en agraz.
Qué es lo que falta que la ventura falta.
Me espanta la ciudad.
Toda está llena de copas por vaciar o huecas copas.
Tengo miedo, ay de mí, de que este vino
tósigo sea y en mis venas luego
cual duende vengador los dientes clave.
Tengo sed, más de un vino que en la tierra
no se sabe beber.
No he padecido bastante aún
para romper el muro que me aparta,
oh dolor, de mi viñedo.
Tomad vosotros, catadores ruines
de vinillos humanos, esos vasos
donde el jugo del lirio a grandes sorbos,
sin compasión y sin temor se bebe.
Tomad.
Yo soy honrado.
Tomad.
Y tengo miedo.
Tomad.